jueves, noviembre 23, 2006


Dice Mario Benedetti al comienzo de "Laberintos":

"De todos los laberintos
el mejor es el que no conduce a nada
y ni siquiera va sembrando indicios
ya que aquellos otros
esos pocos que llevan a alguna parte
siempre terminan en la fosa común."

El vivir diario, es un laberinto planificado. Hemos delimitado el tiempo con barreras fijas que separan minutos y horas, meses y años... Nos movemos dentro de estos parámetros con la intuición amorfa que nos da la materia de la que estamos hechos, y su brevedad que nos mortifica. ¿Cómo dejar de recorrer las sendas que se prolongan desde nuestros pies al infinito? Donde termina mi paso, ¿comienza la eternidad?
No, imposible. Eternidad significa permanencia. Existencia de siempre, antes de mi, después de mi. Quizás el que mi ser es perentorio sirve de contraste, da la perspectiva al resto como contrapartida. Pero se cae de pronto en un torbellino sin fondo, donde la rueda del pensamiento gira incongruente y sólo se llega al fondo para anotarse el golpe del desconcierto.

Ella caía muchas veces en una especie de nostalgia silenciosa. Buscaba entonces la soledad donde ocultarse, aquella de la que era casi imposible sustraerla... Y divagaba en todas estas ocurrencias que como un cesto de flores, de pronto, su subconsciente le regalaba.
Querer ser parte eternidad, es la única vía que ratifica su presencia, pero sabe que no todos creen en ese paso de la materia al espíritu, y si este último se alimenta de los impulsos desencadenados durante la existencia, y muere por esa inanición con que la trata el no creyente... Qué son pues los no creyentes en este increíble laberinto? Cierra sus ojos e imagina. Se ve de recién nacida en el centro del laberinto... Y ve metas en algunos de los angostos pasadizos a las que ha ido llegando. Enfoca su visión, desde más lejos. Apenas perceptible ahora, queda oculta entre las altas pareces y el laberinto parece suspendido en la gran nada. O el gran todo. Eso, se dice, eso es la eternidad. No hay que buscar salidas. Cree comprender de pronto que no importa lo que se piense, ni lo que se haga. Allá en aquel punto de su imaginación donde el gran laberinto se pierde en la nada, allá, está la eternidad.

Mt.

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